Día tras día, cientos de colombianos y venezolanos cruzan la frontera entre Colombia y Venezuela que une al Departamento de Norte de Santander con el Estado Táchira. Esta es una muestra de la cotidianidad de viajantes de un lado y otro, rodeados por complejidades como el contrabando de productos de primera necesidad y combustible, el cierre indefinido de paso de vehículos, y la espera para poder cruzar hacia alguno de los destinos.
La inestabilidad en la frontera ha debilitado el intercambio comercial en los cerca de 2 mil kilometros de área limítrofe entre ambos países. Mientras que desde Bogotá y Caracas se anuncian sendas medidas para combatir la informalidad y superar la crisis económica de esta región, sus habitantes intentan resolver sus necesidades por cuenta propia.
Muchas veces, las soluciones son brindadas por la ilegalidad. Cuando la Guardia Nacional Bolivariana no permite el acceso a alguna de las naciones limítrofes, surgen medios alternativos para conseguirlo. Motorizados al pie de la oficina de migraciones en Colombia, ofrecen a los ciudadanos, servicios para movilizarlos hacia Venezuela por caminos improvisados montaña adentro.
Las llamadas “trochas” son, en muchas ocasiones, la única vía para que las personas puedan ingresar o salir de un lado de la frontera. Cruzarlas no es sencillo, pues no basta con cruzar el río Táchira, sino que es necesario, controlar las emociones y atreverse a cubrir las exigencias económicas de grupos alzados en armas y autoridades venezolanas.
Los conocedores de esta frontera dicen que:
Hay alcabalas (puestos informales donde se le cobra a los viajeros para concederles el paso) de la Guardia, otra de los paracos y otra del dueño de la finca que lo deja pasar. Algunos pagan 10 mil pesos, otros más, todo depende de lo que lleve y cuántas personas vayan.
Escuche a continuación el sonido de la frontera entre Colombia y Venezuela
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